lunes, 12 de diciembre de 2011

MUÑECOS ROTOS (COPERNICO)

Gritos. Bajó las escaleras y allí estaban sus hermanos, hermanas y hermanastros esperando. Su madre apareció en la puerta de la cocina y comenzó a gritar de nuevo. Los labios de los demás niños se curvaron levemente y un brillo pícaro apareció en sus ojos.

Su madre se acercó, todo fue muy rápido, después de un sonido seco sintió mucho calor en una de sus mejillas y después de otro sonido similar las dos le ardían. Los ojos de la mujer se clavaron inquisitoriamente en él y volvió a enderezarse para seguir con una retahíla de insultos mientras volvía a irse a la cocina, donde la olla había empezado a silbar.

Le dejó allí con los demás, sin saber muy bien de que se le culpaba esta vez. Las sonrisas en los rostros de los de su alrededor se intensificaron, amenazando con convertirse en carcajadas, cuando una pequeña lágrima resbaló de sus ojos empañados.

Él sabia que no había hecho nada malo para enfadar a su madre. Sabia que ellos tenían algo, o mucho, que ver y que, probablemente, todo había estado planeado por aquellas mentes y llevado a cabo bajo la mirada de sus ojos maliciosos.

Era el más pequeño de ellos. No sabia el motivo pero ninguno de ellos se había reído nunca con él pero todos se reían siempre de él.

Se le acercaron, jalándolo por la ropa y el pelo. Reían. Lo arrastraron hacia la puerta. Uno de ellos vació un vaso de agua sobre su cabeza. No merecía la pena resistirse. Abrieron la puerta, afuera era ya de noche, un viento gélido se arremolinó en la estancia y hizo que un escalofrió le recorriera la espalda.

No sabia de donde venían, o quien los profería, pero unos pellizcos dejaron sus brazos enrojecidos y alguien le propinó una patada que le hizo perder el equilibrio. Habría caído si no lo tuvieran aun agarrado y estuvieran todos pegados a él. Cuando parecieron cansarse lo arrojaron al exterior, cayó por los tres peldaños de la entrada y se rasguñó las rodillas y las manos. No podía entrar, no llegaba al pomo, y no podía llamar al timbre porque tampoco lo alcanzaba.

Se acercó a la ventana del comedor y, subido sobre una maceta de piedra vacía, pudo ver el interior de su casa. El vaho de su boca empañó el cristal durante unos segundos. Parecían una buena familia, todos estaban sentados en la mesa esperando la comida que estaba sirviendo mamá.

Su corazón no pudo más que acelerarse cuando ella se detuvo y contó los platos, viendo que sobraba uno. Pero pronto la esperanza fue substituida por un nudo en su garganta y una opresión en el pecho cuando la mujer se limitó a retirar el plato y sentarse a cenar.

Bajó de allí y se dirigió de nuevo a la puerta de entrada, sentándose contra ella en uno de los escalones.

Ni siquiera llevaba los zapatos puestos y sentía que el frío arremetía contra su cuerpo como un mar de alfileres. Intentó acurrucarse más contra la puerta para resguardarse pero el viento parecía saber siempre hacia donde soplar.

La calle permanecía vacía. Tras las cortinas de las casas cercanas se veían sombras deambulando arriba y abajo, silenciosas.

Suspiró, liberando el aire que había estado reteniendo en sus pulmones. Debía acostumbrarse a eso, tantas noches había pasado allí, frente a la puerta de su propia casa, agonizando cada vez un poco más a medida que se acercaba el invierno, que ya había agotado las lagrimas, los gritos y los golpes contra aquella barrera que lo alejaba de una forma más real del calor de la casa.

Su rabia había ido siempre contra ella, la otra barrera era la que se alzaba, infranqueable, entre él y sus hermanos, y que lo mantenía separado de otro tipo de calor y abrigo, el que proporciona una familia.

Se frotó los brazos y la cara pero no había demasiado a hacer frente a aquel frió. Apoyó la cabeza contra sus brazos, que rodeaban sus piernas, y cerró los ojos, intentando soñar con el día en que no debería dormir allí, en que reiría con los demás y no volvería a estar apartado.

Un día talvez ellos lo quisieran. Quizá alguien, algún día, le querría de verdad

COPERNICO

1 comentarios:

Anónimo dijo...

jo majo cada dia me sorprendes mas

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