martes, 29 de noviembre de 2011

EL NIÑO DEL TUNEL (COPERNICO)

Pasaban las estaciones y él seguía allí. No conocía el mundo exterior, pero sabía muy bien cada uno de los nombres que se veían en las paredes de cada estación, aunque nunca había profundizado en la lectura. No sabía leer. Era analfabeto en ese sentido. Recordaba su nombre, el nombre que una vez una mujer que decía, entre dientes, ser su madre le había puesto: David, ese era. Viajaba de un lado para otro, siempre volviendo al mismo sitio, en la metro, la línea 6.
Era muy joven, mucho más que ahora, cuando lo dejaron olvidado en uno de los asientos. Nadie volvió a por él y aún ahora, quince años después, seguía esperando. Tenía tres años por aquel entonces. La imagen de su progenitora se mostraba difusa en su mente, apenas sabía si tenía de eso que llaman padre, él creía que no. Cuando niño, allá por el año 97, la gente seguía igual que hoy. Iban de un lado a otro sin hablar nadie con nadie, con prisas, sin tiempo para nada, ni siquiera para darse cuenta que un niño necesitaba ayuda.
David había notado, sin embargo, que el mundo había cambiado y lo veía reflejado en el semblante de las personas que pasaban por la línea 6 del metro de Barcelona. Aquello era Barcelona, es la conclusión que había sacado. Hablaba poco, pero sabía hablar. Había aprendido escuchando a aquella gente que, esporádicamente, hablaba o a través de aquello que llamaban radio. En la radio también había escuchado noticias de otros lugares y había comprendido que había mucha gente en el mundo externo y que Barcelona estaba dentro de un gran lugar llamado cataluña.
Aquel “gusano"? de metal era su casa y, la gente que día a día pasaba por allí, su familia. Conocía a todos y cada uno de los individuos que se cruzaban cada día con él, era consciente del tiempo que pasaba. Sabía cuando cogían el metro y hacia donde iban, aunque sólo conociese esos lugares de oídas, y cuando volvían. David era muy intuitivo y sabía que la gente desaparece cuando se arrugan demasiado, a veces antes, y sabían que a aquello lo llamaban muerte, esa gente ya no pasaría jamás por allí. Así, todo el mundo también lo conocía a él. Le echaban unos dieciocho años, él no sabía a ciencia cierta la edad que tenía, como siempre, lo intuía.
Desde allí dentro también notaba el paso de aquello que denominan estaciones, en las que hacía más o menos frío o calor según la época en la que estuvieran, y así calculaba los años. Y los días y las horas se marcaban con los movimientos de los personajes que visitaban su hogar, su frecuencia era la que determinaba el tiempo.
No recordaba como había ido subsistiendo a lo largo de los años, sabía que nunca le había faltado comida y la gente muchas veces le daba ropa que ya no quería. No conocía las costumbres del mundo. Sabía que debía comer porque tenía hambre y, a veces, incluso dormía, porque tenía sueño. Su vida, él, no era como los demás. A su edad, tenía un frondoso pelo rubio platino, muy largo, que cubría unos preciosos ojos azules sobre una cara de finas facciones. No sabía lo que era una peluquería, mucha gente le había dicho, a veces en tono desagradable, que fuera a una, pero no conocía ese término y no quería salir de allí, no estaba preparado para eso. También tenía un asomo de barba, aún débil, sus pelos aún eran muy finos, tampoco conocía el término “afeitarse"?. Su condición había hecho de él un individuo algo ignorante. Eso sí, sabía que se encontraban en el año 2012, él calculaba que habría nacido entre el 93 y el 94. Una vez, una mujer le dijo que iba a tener un niño y David se quedó extrañado, pensaba que la gente simplemente aparecía y luego volvía a desaparecer. - ¿Y cómo se hace eso? – Había preguntado. Entonces ella le enseñó su barriga. Era gorda y él la vio normal. Ella le dijo que el niño estaba allí dentro, pero David no lo veía. Ella le dejó que tocara, entonces lo sintió y comprendió. Una vez él también estuvo ahí dentro, en el vientre de otra mujer. Sabía que debía ser una mujer, ya que David había señalado a un hombre que estaba frente a ellos de pie, un hombre obeso, y Alma, que así se llamaba la chica embarazada (nombre que nunca olvidó, así como nunca olvidaría el nombre de nadie), empezó a reír, él la imitó sin saber por qué y entonces le explicó que sólo las mujeres podían tener niños. Desde entonces echó mucho más de menos a una madre y desde entonces supo que el día de su salida al mundo exterior en busca de su progenitora estaba cerca, pero debía darse un poco más de tiempo, aún no estaba preparado, había visto cosas malas, cosas que no le habían gustado y no estaba preparado. Y se decía: Mañana, mañana saldré ahí fuera…


COPERNICO

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pobre David :-D

Anónimo dijo...

jolin con el coper que calladito se lo tenia

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